Quizá alguna vez nos fueron mal las cosas. Tal vez hubo un día en que algo se torció y no salió como esperamos. Seguramente tuvimos algún deseado sueño, cierto pretendido objetivo, que no alcanzamos a cumplir, transcurridos los años, a pesar de nuestro empeño. Así debió ocurrir, pues una sensación de fracaso comenzó a invadirnos desde aquel momento y condicionó todo lo que hicimos después, que fue ponernos mutuamente a prueba. Cada palabra y cada acción incompatible con las esperadas incrementó la frustración y la decepción que ya sentíamos.
No puede uno sentirse continuamente evaluado: al final, siempre existe alguna prueba que no se pasa, siempre se cae en algún desplante recriminable. No se puede vivir con miedo a fallar: la confianza en uno mismo y en el compañero se desvanece. Así ocurrió: un día, Rachel y yo nos sentimos frustrados. Fue en aquel momento cuando creí recordar que el reto ya se me había antojado imposible al principio y concluí que ya no merecía la pena el esfuerzo de seguir intentándolo; cuando sentí que nada funcionaba con Rachel, que no me daba lo que necesitaba, que su forma de tratarme no era la adecuada. Eché la culpa de todo aquello a las dificultades de la vida que nos tocó vivir, a su manera de ser e incluso al pesimista de Murphi. Pero en realidad fuimos nosotros, aquellos Rachel y Deckard que tanto se amaron, los culpables de nuestro propio fracaso.
No puede uno sentirse continuamente evaluado: al final, siempre existe alguna prueba que no se pasa, siempre se cae en algún desplante recriminable. No se puede vivir con miedo a fallar: la confianza en uno mismo y en el compañero se desvanece. Así ocurrió: un día, Rachel y yo nos sentimos frustrados. Fue en aquel momento cuando creí recordar que el reto ya se me había antojado imposible al principio y concluí que ya no merecía la pena el esfuerzo de seguir intentándolo; cuando sentí que nada funcionaba con Rachel, que no me daba lo que necesitaba, que su forma de tratarme no era la adecuada. Eché la culpa de todo aquello a las dificultades de la vida que nos tocó vivir, a su manera de ser e incluso al pesimista de Murphi. Pero en realidad fuimos nosotros, aquellos Rachel y Deckard que tanto se amaron, los culpables de nuestro propio fracaso.
Quizá ambos deberíamos haber hecho las cosas de forma diferente y con otra actitud: con más respeto y menos exigencias; con pensamiento positivo y sin temores; dando más importancia a lo que nos hacía feliz y menos a lo que nos separaba. Tal vez yo debería haber cambiado; pero entonces no sería Deckard, sería otra persona. Quizá no debería haber deseado que Rachel cambiara, por similar motivo. Todo podría haber sido diferente; o no. En cualquier caso, queda la duda.
Hoy he aprendido que, cuando se acomete una empresa, cualquiera que esta sea, siempre hay algo que va mal y algo que va bien. Y cuando hay cosas que salen bien, ya no puede hablarse de fracaso. La clave del éxito, estoy convencido de ello, es descartar lo malo y quedarse con lo bueno. Encontramos lo primero únicamente para valorar lo segundo. No podemos permitir que los fracasos nos tumben, y sí utilizarlos para que nos hagan más fuerte. Debemos cuidar la satisfacción que nos aportan las pequeñas victorias, hacerla crecer, para que sea capaz de vencer la decepción que sufrimos tras las derrotas. Y, de este modo, el camino emprendido será exitoso siempre, a pesar de los problemas. Porque, si hay algo que puede ir bien y nos empeñamos en conseguirlo, seguro que irá bien.
Soy Deckard, otra vez
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