jueves, 29 de enero de 2015

Si algo puede ir bien, irá bien

Quizá alguna vez nos fueron mal las cosas. Tal vez hubo un día en que algo se torció y no salió como esperamos. Seguramente tuvimos algún deseado sueño, cierto pretendido objetivo, que no alcanzamos a cumplir, transcurridos los años, a pesar de nuestro empeño. Así debió ocurrir, pues una sensación de fracaso comenzó a invadirnos desde aquel momento y condicionó todo lo que hicimos después, que fue ponernos mutuamente a prueba. Cada palabra y cada acción incompatible con las esperadas incrementó la frustración y la decepción que ya sentíamos.

No puede uno sentirse continuamente evaluado: al final, siempre existe alguna prueba que no se pasa, siempre se cae en algún desplante recriminable. No se puede vivir con miedo a fallar: la confianza en uno mismo y en el compañero se desvanece. Así ocurrió: un día, Rachel y yo nos sentimos frustrados. Fue en aquel momento cuando creí recordar que el reto ya se me había antojado imposible al principio y concluí que ya no merecía la pena el esfuerzo de seguir intentándolo; cuando sentí que nada funcionaba con Rachel, que no me daba lo que necesitaba, que su forma de tratarme no era la adecuada. Eché la culpa de todo aquello a las dificultades de la vida que nos tocó vivir, a su manera de ser e incluso al pesimista de Murphi. Pero en realidad fuimos nosotros, aquellos Rachel y Deckard que tanto se amaron, los culpables de nuestro propio fracaso.


Quizá ambos deberíamos haber hecho las cosas de forma diferente y con otra actitud: con más respeto y menos exigencias; con pensamiento positivo y sin temores; dando más importancia a lo que nos hacía feliz y menos a lo que nos separaba. Tal vez yo debería haber cambiado; pero entonces no sería Deckard, sería otra persona. Quizá no debería haber deseado que Rachel cambiara, por similar motivo. Todo podría haber sido diferente; o no. En cualquier caso, queda la duda.

Hoy he aprendido que, cuando se acomete una empresa, cualquiera que esta sea, siempre hay algo que va mal y algo que va bien. Y cuando hay cosas que salen bien, ya no puede hablarse de fracaso. La clave del éxito, estoy convencido de ello, es descartar lo malo y quedarse con lo bueno. Encontramos lo primero únicamente para valorar lo segundo. No podemos permitir que los fracasos nos tumben, y sí utilizarlos para que nos hagan más fuerte. Debemos cuidar la satisfacción que nos aportan las pequeñas victorias, hacerla crecer, para que sea capaz de vencer la decepción que sufrimos tras las derrotas. Y, de este modo, el camino emprendido será exitoso siempre, a pesar de los problemas. Porque, si hay algo que puede ir bien y nos empeñamos en conseguirlo, seguro que irá bien.

Soy Deckard, otra vez
cosasquevioroy.blogspot.com.es


sábado, 10 de enero de 2015

El número 1 es el más solitario

Cuando una pareja comparte el mismo objetivo vital, sin duda ambos disfrutan de un vínculo poderoso capaz de relegar a minucias las diferencias. Pero, cuando esto no es así y cada uno persigue sus propios anhelos, es muy probable que, durante un tiempo, uno de los dos ceda en sus pretensiones amoldándose a las ideas del otro. Esto ocurre de manera imperceptible. Quien cede lo hace casi sin darse cuenta. Si reflexionara un poco, justificaría este abandono temporal de sus metas con cualquier excusa; por ejemplo, diría que cede y se sacrifica por amor. Sin embargo, más tarde o más temprano, se dará cuenta de que no es libre, deseará cumplir sus sueños y luchará por ellos. Y, finalmente, seguirá su propio camino. En realidad esto es válido para cualquier empresa. 


El fracaso de mi vida conyugal se explica en estos términos. A lo largo de mi vida he perseguido diferentes objetivos, que representaron aquello que deseé conseguir en cada momento, e hice lo posible por alcanzarlos. Con 30 años, llegué a L.A. con la ambición del ignorante. Quería comerme el mundo, ser el mejor, ganar mucho dinero y alcanzar la fama. No conseguí nada de eso y, frustrado, hice la vida imposible a los que rodeaban, incluida a mi esposa, que finalmente me dejó. Con 45 años abandoné la brigada y me planteé tener una vida tranquila alejada de los problemas. Sin embargo, no fui capaz de mantenerme al margen de toda aquella basura. Y tuve que huir, con Rachel. Mi vida cambió, pero yo insistía en perseguir una felicidad ficticia y superficial que no fue tal. Disfruté de una segunda oportunidad  y la desperdicié. Rachel también se marchó, cansada de mi desencanto y pesimismo. Ahora, que casi ha llegado mi final, estoy solo y ya no me quedan metas que alcanzar, salvo quizá la de dejar escritos estos pensamientos.

Esto es lo que me ha ocurrido siempre. En mis decisiones, cuando se trataba de acercarme a mis ridículas metas (dinero, reconocimiento, independencia...) he sido inflexible, sin importar cuánto podría esto alejar a mi compañera de sus propios deseos; y a mí, de ella. En esta convivencia conflictiva y angustiosa, es muy fácil encontrar motivos para pensar que todo ha sido un error y que es mejor estar solo. Pero Harry Nilsson ya sabía que el número 1 es el más solitario, mucho peor que el 2. Se lo habíamos oído cantar y no le hicimos caso.

¡Cuán importante es compartir un objetivo común, para mantener unida la pareja! Quizá lo he aprendido demasiado tarde.

Soy Deckard, otra vez. 
cosasquevioroy.blogspot.com.es