Cuando una pareja comparte el mismo objetivo vital, sin duda ambos disfrutan de un vínculo poderoso capaz de relegar a minucias las diferencias. Pero, cuando esto no es así y cada uno persigue sus propios anhelos, es muy probable que, durante un tiempo, uno de los dos ceda en sus pretensiones amoldándose a las ideas del otro. Esto ocurre de manera imperceptible. Quien cede lo hace casi sin darse cuenta. Si reflexionara un poco, justificaría este abandono temporal de sus metas con cualquier excusa; por ejemplo, diría que cede y se sacrifica por amor. Sin embargo, más tarde o más temprano, se dará cuenta de que no es libre, deseará cumplir sus sueños y luchará por ellos. Y, finalmente, seguirá su propio camino. En realidad esto es válido para cualquier empresa.
El fracaso de mi vida conyugal se explica en estos términos. A lo largo de mi vida he perseguido diferentes objetivos, que representaron aquello que deseé conseguir en cada momento, e hice lo posible por alcanzarlos. Con 30 años, llegué a L.A. con la ambición del ignorante. Quería comerme el mundo, ser el mejor, ganar mucho dinero y alcanzar la fama. No conseguí nada de eso y, frustrado, hice la vida imposible a los que rodeaban, incluida a mi esposa, que finalmente me dejó. Con 45 años abandoné la brigada y me planteé tener una vida tranquila alejada de los problemas. Sin embargo, no fui capaz de mantenerme al margen de toda aquella basura. Y tuve que huir, con Rachel. Mi vida cambió, pero yo insistía en perseguir una felicidad ficticia y superficial que no fue tal. Disfruté de una segunda oportunidad y la desperdicié. Rachel también se marchó, cansada de mi desencanto y pesimismo. Ahora, que casi ha llegado mi final, estoy solo y ya no me quedan metas que alcanzar, salvo quizá la de dejar escritos estos pensamientos.
Esto es lo que me ha ocurrido siempre. En mis decisiones, cuando se trataba de acercarme a mis ridículas metas (dinero, reconocimiento, independencia...) he sido inflexible, sin importar cuánto podría esto alejar a mi compañera de sus propios deseos; y a mí, de ella. En esta convivencia conflictiva y angustiosa, es muy fácil encontrar motivos para pensar que todo ha sido un error y que es mejor estar solo. Pero Harry Nilsson ya sabía que el número 1 es el más solitario, mucho peor que el 2. Se lo habíamos oído cantar y no le hicimos caso.
¡Cuán importante es compartir un objetivo común, para mantener unida la pareja! Quizá lo he aprendido demasiado tarde.
Soy Deckard, otra vez.
cosasquevioroy.blogspot.com.es
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