Hasta ahora había conseguido reunir diez. Ahí van las últimas cinco cosas que completan la lista.
11. Dejar atrás mi eterno arrepentimiento.
Cada mañana en la ducha, durante los últimos años, me insultaba y maldecía mil veces antes de cerrar el grifo. Al repasar los acontecimientos del día anterior, siempre encontraba algún mal gesto que reprocharme, alguna mala palabra de la que arrepentirme o alguna metedura de pata de la que aprender. Un remordimiento finalmente sin enmienda, pues al día siguiente siempre repetía las mismas impertinencias, para más tarde, bajo la ducha, volver a lamentarme.
12. Recordar mi historia real y olvidar la que sobre mí me conté a mí mismo.
Mientras con la toalla secaba mi cuerpo, retiraba de mi pensamiento toda sombra de culpa. "Aprendí de mi padre, que hacía lo mismo; yo no soy responsable, pues obro cómo él". Siempre me inculcaba mensajes cómo estos, secando así también mi conciencia. Eso es lo que entonces quise creer, pero hoy sé que es falso. ¡Cómo pude culpar a mi padre! Una persona que apenas conocí, con quien no convivi más que unos pocos años; quien no tuvo tiempo de enseñarme nada. Es cierto que vi su lado peor, pero la persona que soy ahora ha recibido influencias más notorias. Y, sobre todo, yo mismo elegí ser como soy. ¡Qué fácil fue siempre inventarme una excusa para evitar la responsabilidad de mis actos!
13. Poder romper la piedra que encierra mi corazón.
Una vez perfumado con mis miserias y revestido de mi corazón de piedra, salía a la calle. Una coraza invisible, pero irrompible e impermeable, me mantenía bien protegido. Esto me aislaba de mi entorno, pero me mantenía a salvo del dolor. Soy consciente de haber perdido la amistad de personas maravillosas, que realmente valían la pena, por ello. Pero mi corazón no podía alcanzarlos.
14. Valorar más el esfuerzo realizado y menos la satisfacción de los resultados.
"Si el resultado no es satisfactorio, todo el trabajo es un fracaso". Esto también lo adopté como uno de mis principios. Así me juzgaron en mi juventud y así valoraba el esfuerzo mío y el de los demás. Entender que todo fracaso es un aprendizaje para el próximo éxito fue imposible para mí. Y ahora ya es tarde.
15. Mirar a los ojos de la gente mientras hablo de mis sentimientos.
Nadie me habló de sus sentimientos, ni siquiera mi madre, que siempre ocultó a todos tanto su cariño como su sufrimiento. Hasta que conocí a Rachel. Entonces me sentí confundido. No entendía lo que me quería decir en aquellos momentos de intimidad. Más tarde, intenté abrirme a ella pero con apuro y vergüenza. En mi torpeza, la herí y la asusté. No supe expresarle cuánto la amaba mientras la miraba a los ojos.
Así ha transcurrido mi miserable vida: arrepentido de mis actos, culpando de ellos a los demás, protegido de los sentimientos propios y ajenos, encadenando fracasos sin aprender de ellos, bajando la cabeza por vergüenza ante los demás.