La vida en las colonias exteriores fue dura desde el principio. La imagino como aquélla que nos cuentan los libros de historia sobre la conquista de América por los españoles y portugueses. Salvo que en los planetas de nuestro sistema solar no había nativos a los que engañar, someter y robar. Así pues, estos nuevos conquistadores pudieron ocupar el terreno que más les interesó y repartírselo sin oposición.
En la fase de construcción, solía reinar la armonía y el control. Ingenieros de distintas especialidades eran enviados siempre en avanzada y realizaban los diseños que luego dirigirían. Más tarde, llegaba la mano de obra, que se ponía inmediatamente al servicio de los ingenieros para el desarrollo de los proyectos de construcción de poblados, vías de comunicación y talleres de mantenimiento. A medida que los distintos poblados iban siendo finalizados, se iban entregando a los colonos que llegaban para uso y disfrute de las viviendas y servicios. Todo estaba perfectamente procedimentado y medido. El tiempo de construcción de un poblado rondaba los 2 meses. Se construían todos igual, con capacidad para 10.000 habitantes, distantes entre sí entre 100 y 200 kilómetros y dotados de cobertura de telecomunicación, generador de atmósfera y eliminación de residuos.
Después de la entrega, los colonos ocupaban las poblaciones. En primer lugar, debían adaptarse a la nueva vida y organizarse como población. Esta fase ya no estaba regida por un procedimiento. En este momento era cuando habitualmente alguien se erigía en líder, bien elegido por la mayoría o bien por la fuerza. Alcalde, virrey o presidente eran algunos de los cargos con los que estos líderes se investían a sí mismos. Así pues, siempre se imponía la ley del más fuerte.
La colonización de Oberón no fue una excepción. En este caso, un personaje llamado Goodfellow abandonó con inteligencia la lucha por el mando de las ciudades, a cambio de asegurarse el dominio de las explotaciones mineras. Gracias a esta maniobra, consiguió ser la persona más poderosa del satélite al tener el monopolio de toda la producción de tantalio. Su voluntad era la ley. Todos los alcaldes y presidentes estaban en su nómina y, por tanto, a su servicio. Gobernó durante años con mano dura, como amo y señor, imponiendo severas restricciones a todos los habitantes: limitó el movimiento de toda la población, controló el acceso a los servicios básicos de energía y atmósfera y se autoproclamó juez único.
Para los replicantes fue peor. Todas las criaturas sintéticas fueron esclavizadas. Debían trabajar en turnos de 15 horas, alternados con periodos de descanso de la misma duración. Durante el descanso, eran recluidos en una celda diminuta que no podían abandonar bajo ninguna circunstancia. De este modo, consiguió durante un tiempo para mantener a toda la población en un estado de depresión y obtuvo el control total.
Hasta la rebelión de los replicantes en el hombro de Oberón. Este acontecimiento supuso el principio del fin para Goodfellow. Pero esa es otra historia a la que volveré en otro momento.
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