Desde que dejé L.A.
no me encuentro muy bien. Pensé que alejarme del clima deprimente y contaminado
de la ciudad sería beneficioso para mi salud. Creí que, después de años de
respirar aquella atmósfera viciada, mi organismo agradecería el aire puro del
mar. Pero no ha sido así. Cada vez he ido encontrándome más decaído. Al
principio, lo atribuí a que la lectura de los papeles de Roy me había afectado
anímicamente. Pero más tarde, empecé a sufrir graves problemas estomacales:
primero, agudos dolores abdominales; después, nauseas y vómitos, hasta no
tolerar casi ningún alimento. Tras adelgazar más de diez kilos, me encontraba
muy debilitado. Rachel me convenció de que debía acudir al hospital. Allí me
diagnosticaron un cáncer de páncreas.
Cancer: una
enfermedad humana. Esa es la buena noticia: tengo una enfermedad que no
pueden contraer los sintéticos. Por tanto, soy un humano de carne y hueso. Por
fin una prueba definitiva de mi origen genético. No puedo decir que esté desilusionado. En realidad, me lo temía. La mala noticia es que me
encuentro en un estadío muy avanzado, en la etapa IV metastático. Esto
quiere decir que afecta también al hígado y otros órganos del abdomen. Es
incurable. La broma del destino es que con quimioterapia y otros tratamientos
para reducir el dolor, podré vivir unos años, cuatro, como
máximo.
Hace un tiempo,
empecé a sospechar que era un replicante, que había sido fabricado con el
cometido de asesinar y que, tras cumplir con mi labor, me quedaba muy poco
tiempo de vida. Esta idea, basada en evidencias que creí irrefutables, me inquietó y me enfadó, porque, si mis recuerdos
fueron implantados y mis decisiones programadas, toda mi vida habría sido un
engaño. Pero al mismo tiempo, la propia idea supuso para mí un alivio, pues
me había limitado a utilizar el tiempo que me dieron en aquello para lo que fui
creado. Por ello, descargué de mi conciencia toda culpa por lo que
hice.
Pero ahora, de
súbito, vuelvo a tener mi conciencia manchada. Porque sé que pude elegir. Cada
disparo que salió de mi arma fue una decisión mía. Ahora, por cada ser que
dejó de vivir, llevo un peso de culpa en mi alma. Con ello tengo que vivir los
cuatro años que me quedan.
Irónico, ¿no? Me queda apenas una vida de replicante.
Irónico, ¿no? Me queda apenas una vida de replicante.
Quizá, algún día,
empiece a contaros esta nueva vida que empieza hoy y que acabará cuando el
cáncer me retire. Pero eso será otra historia distinta, será mi propia historia, ya no serán las cosas
que vio Roy.