lunes, 23 de diciembre de 2013

El final

Desde que dejé L.A. no me encuentro muy bien. Pensé que alejarme del clima deprimente y contaminado de la ciudad sería beneficioso para mi salud. Creí que, después de años de respirar aquella atmósfera viciada, mi organismo agradecería el aire puro del mar. Pero no ha sido así. Cada vez he ido encontrándome más decaído. Al principio, lo atribuí a que la lectura de los papeles de Roy me había afectado anímicamente. Pero más tarde, empecé a sufrir graves problemas estomacales: primero, agudos dolores abdominales; después, nauseas y vómitos, hasta no tolerar casi ningún alimento. Tras adelgazar más de diez kilos, me encontraba muy debilitado. Rachel me convenció de que debía acudir al hospital. Allí me diagnosticaron un cáncer de páncreas.
Cancer: una enfermedad humana. Esa es la buena noticia: tengo una enfermedad que no pueden contraer los sintéticos. Por tanto, soy un humano de carne y hueso. Por fin una prueba definitiva de mi origen genético. No puedo decir que esté desilusionado. En realidad, me lo temía. La mala noticia es que me encuentro en un estadío muy avanzado, en la etapa IV metastático. Esto quiere decir que afecta también al hígado y otros órganos del abdomen. Es incurable. La broma del destino es que con quimioterapia y otros tratamientos para reducir el dolor, podré vivir unos años, cuatro, como máximo.
Hace un tiempo, empecé a sospechar que era un replicante, que había sido fabricado con el cometido de asesinar y que, tras cumplir con mi labor, me quedaba muy poco tiempo de vida. Esta idea, basada en evidencias que creí irrefutables, me inquietó y me enfadó, porque, si mis recuerdos fueron implantados y mis decisiones programadas, toda mi vida habría sido un engaño. Pero al mismo tiempo, la propia idea supuso para mí un alivio, pues me había limitado a utilizar el tiempo que me dieron en aquello para lo que fui creado. Por ello, descargué de mi conciencia toda culpa por lo que hice.
Pero ahora, de súbito, vuelvo a tener mi conciencia manchada. Porque sé que pude elegir. Cada disparo que salió de mi arma fue una decisión mía. Ahora, por cada ser que dejó de vivir, llevo un peso de culpa en mi alma. Con ello tengo que vivir los cuatro años que me quedan. 

Irónico, ¿no? Me queda apenas una vida de replicante.
Quizá, algún día, empiece a contaros esta nueva vida que empieza hoy y que acabará cuando el cáncer me retire. Pero eso será otra historia distinta, será mi propia historia, ya no serán las cosas que vio Roy.


No hay comentarios:

Publicar un comentario