sábado, 13 de diciembre de 2014

No hay límite para la necedad humana

Una famosa cita atribuida a un gran científico del siglo XX cuantifica de infinita la estupidez humana. Desde que la conocí siendo adolescente, tal aserción me ha dado motivos para pensar. Desde entonces, imagino la estupidez como una especie de energía que vaga por el espacio y es capaz de infectar, como un virus letal, a nuestra especie. Esta sería la causa de las trabas y limitaciones que pueden observarse cada vez con mayor frecuencia en el crecimiento intelectual de los seres humanos. Además, esta amenaza tiene la característica de infinita, como si dicho mal afectara de manera universal a todos los individuos, aunque a unos en mayor medida que a otros. Por mi parte, he intentado luchar contra esa enfermedad desde siempre; los viajes y la lectura han sido mi vacuna. Estoy seguro también de que ciertas personas padecen sin límite esta afección, sin ningún interés por encontrar un remedio. En realidad, se trata de necedad, lo que confiere una mayor gravedad, al sumarse a la ignorancia, propia de los estúpidos, la terquedad y obstinación de mantenerse en tal estado.


En mi experiencia he encontrado necios en todos los niveles de la sociedad. En L.A., he tratado por mi trabajo con personas humildes y completamente ignorantes. Unos pocos, sin interés alguno en aprender nada; muchos, en cambio, con aspiraciones por salir del pozo o con inquietudes por saber. Más tarde, al coincidir en Oberón con la clase más favorecida, he comprobado cómo la tendencia se invierte. Salvo una minoría culta pero discreta y respetuosa con los demás, independientemente de sus aptitudes, la gran mayoría mantiene una obstinación por demostrar cuán limitados son sus conocimientos y, al mismo tiempo, humillar a aquellos que han demostrado alguna iniciativa o que han brillado por algún logro.

Controlar, hasta el más mínimo detalle, el trabajo de los subordinados; obsesionarse en encontrar en el error una oportunidad para el descrédito de quien lo comete; enfadarse ante las decisiones, buenas o malas, por haber sido tomadas sin su supervisión; mentir y culpar a los demás antes que reconocer las propias limitaciones; todas estas prácticas son comunes a aquellos que, sin mérito alguno, han llegado a las más elevadas alturas del escalafón social o laboral y luchan por mantener sus prebendas cueste lo que cueste. Engreídos, que no confían en nadie, porque se creen en verdad superiores a los demás. Estúpidos, que odian que los demás aprendan y crezcan, ciegos a sus propias limitaciones. Necios, a los que incomoda estar cerca de personas brillantes y que prefieren rodearse de más necios.

He aprendido, a lo largo de los años, a identificarlos. Mucho más rápidamente que a un replicante. No necesito ningún test para que los cale. Y, enseguida, huyo de ellos. Porque, como dijo otro gran sabio, "De cuantas cosas me cansan, fácilmente me defiendo; pero no puedo guardarme de los peligros de un necio".

Soy Deckard, otra vez. 
cosasquevioroy.blogspot.com.es

sábado, 29 de noviembre de 2014

Yo también he visto cosas increíbles.

Voy a escribir, mientras pueda, sobre los pasados cuatro años, los más recientes, que pueden ser los últimos. Como Roy, yo también crucé la puerta de Tannhäuser. Y estuve en el hombro de Oberón. He visto muchas cosas en mis viajes. Pero las más increíbles las he visto en la Tierra; las más bellas y también las más horribles.


Vi a una hembra de antílope amamantar a un cachorro de león. Y conocí a una madre que dejó morir de hambre a su bebé. Sé de un indigente que evitó el atropello del banquero que lo deshaució. Y presencié el apaleamiento hasta la muerte de un inocente por una turba descontrolada de gente. He visto a un hombre pagar al asesino de su hermano; y a una mujer suplicar a su vecino que no matara a su marido, justo la víspera del crimen. Cómo una mujer es condenada a prisión por comprar leche con una tarjeta bancaria que encontró en el suelo. Y cómo un político corrupto es absuelto gracias a un tecnicismo procesal. He recogido en mi ciudad a personas sin hogar muertas de frío el mismo día que el ayuntamiento pagaba la última factura de la nueva dársena para yates de lujo. He visto la felicidad en la cara de un niño de Zambia al reencontrarse con su perro perdido, a pesar de no tener nada que comer. Y también el arrepentimiento en la cara del asesino, muriendo sin tiempo para pedir perdón.

Todos son recuerdos de mi vida. Momentos, que han marcado los años que he vivido y que ahora siento como aguijones que han quedado enganchados en mi alma. Me libraré pronto de ellos. De momento, aquí los dejo escritos.

Soy Deckard, otra vez.
cosasquevoyroy.blogspot.com.es

sábado, 8 de noviembre de 2014

Deckard, otra vez

Después de cuatro años sin escribir, me atrevo a hacerlo ahora que mi camino llega a su fin. ‎Os preguntaréis qué estuve haciendo durante este tiempo. En realidad, no mucho. Cuando alguien está ocupado en sobrevivir día a día a los dolores, a los efectos de la medicación y a la soledad, no tiene mucho tiempo para emplear en divertirse. Así pues, no he tenido muchas cosas que contar hasta ahora. 

‎Estuve trabajando durante estos últimos dos años. Ocupé diversos puestos de segurata, lo único que sé hacer, primero en la órbita de Marte y más tarde en Oberón. Aún no sé con certeza qué me empujó a viajar a aquellos lugares. Quizá fue la necesidad de ver lo que Roy vio. Sí, creo que esa fue la razón. En todo caso, partí después de que Rachel me dejara. Que acabara solo, era cuestión de tiempo. Ninguna de mis relaciones ha durado mucho. Sin duda, tengo toda la culpa de ello. Soy incapaz de vivir con alguien sin hacerle pagar todas mis frustraciones y desencantos. He amargado la vida a aquellos que me han querido, lo he hecho siempre, y todos al final huyeron de mí.

Me queda poco tiempo. Ya ha pasado el que me ha sido concedido. Todo el que encuentre a continuación es una prórroga de lo inevitable. Lo aprovecharé en dejar escrito lo que he visto, aunque sea bien poco. Para que no se pierda en el tiempo... Confío en que los errores de un derrotado sirvan a quien me lea para ser mejor persona. 

Aquí está Deckard de nuevo. No sé por cuánto tiempo. Efímero, presumo. ‎