sábado, 9 de mayo de 2015

Quince cosas que sentir antes de caer muerto (1)

Caeré muerto dentro de nada. Es inevitable. Y echo tantas cosas de menos... He hecho una lista de las que haría de nuevo. Son las aquéllas cuyo recuerdo me inspira el deseo de volver a sentir aquella sensación. ¿Cuántas de ellas podré hacer antes del final?

  1. Hojear un libro recién comprado.
    Si es nuevo, sus páginas se quiebran, se despegan unas de otras por primera vez; dejan escapar un suave susurro de tambor recién acariciado, un sutil aroma a tinta y a pasta de papel; muestran por primera vez su busilis, su secreto, su esencia. Si es usado, nos reta a averiguar quién fue su dueño, dónde fue guardado, cuál fue la página más leída, a través del tacto, el olfato, la vista. Desafortunadamente, ya casi no quedan libros en venta. Y los que quedan son muy codiciados y caros.
  2. Volver a ‎‎‎escuchar una vieja canción ya olvidada.
    Aún recuerdo lo que sentí un día al sonar "The Look of Love" de ABC, un viejo éxito de mi adolescencia, que no había vuelto a escuchar desde hace ya 40 años. Reviví olores, imágenes, caricias, desengaños, errores y aciertos durante esos 3 minutos. Quizá otros sentimientos olvidados pudieran volver a través de las notas de algún otro tema de entonces que ya no recuerdo.
  3. Despertar con el aroma a café recién hecho.
    No hay sensación más agradable después de despertar que oler a café recién hecho. Aunque haya pasado una mala noche, ese aroma me reconforta. He pedido a mi enfermera que busque café. Cada mañana amanezco con ese deseo.
  4. ‎Abrazar a aquella persona a quien nunca pude perdonar.
    De cuantas cosas me arrepiento, la que más dolor me produce es no haber perdonado nunca a Iran. Me gustaría volver a verla y abrazarla con todas mis fuerzas. Pero eso es imposible, ella no sabe dónde estoy y no sé cómo localizarla. Ojalá algún día lea esto y entienda que la quise con toda mi alma y que la quiero todavía. A pesar de todo. Iran: ¿serás capaz de perdonarme tú a mí?
  5. Aprender a improvisar más y a planificar menos.
    Uno de mis fallos más recurrentes ha sido intentar planificar cada uno de los aspectos de mi vida. El control de todo se convirtió en mi obsesión. Así fue como viví ofuscado con ideas preconcebidas, manías innegociables y planes utópicos. Fui un obstinado y amargué a los que estaban a mi alrededor cada vez que las cosas no salían a satisfacción mía. Estos últimos días, disfruto de la improvisación. He conseguido disminuir el estrés en mi vida y saboreo las sorpresas que me trae lo inesperado.

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