domingo, 6 de octubre de 2013

La decadencia de las grandes ciudades

No termino de entender la añoranza de los colonos del borde exterior por su pasado terrestre. Por lo que recuerdo, la vida en la Tierra era tan miserable, sobre todo en las grandes ciudades, como para no sentir ningún tipo de nostalgia.

Tras haber esquilmado durante décadas los yacimientos de tantalio del Congo y Brasil, mi planeta de origen se vio abocado a una grave crisis económica a nivel mundial, debido a la dependencia que tenía la industria armamentística y tecnológica de dicho metal. Ya no podían fabricarse más dispositivos electrónicos como teléfonos móviles, ordenadores o sistemas de navegación y, a causa de la falta de recambios, los existentes ya no podían ser reparados.

A principios de la década del 2010 las grandes empresas, con la Tyrell Corporation a la cabeza, abandonaron la producción de tecnología y centraron su inversión en la entonces floreciente ingeniería genética. Se dio paso pues a la nueva era de la biotecnología.

En esta época, el ciudadano fue abandonando progresivamente el uso de los dispositivos electrónicos, debido a que sus piezas y componentes eran cada vez menos accesibles. Los pocos que aún funcionaban, sobre todo vehículos como los spinners y aparatos de comunicación, fueron requisados por los Gobiernos para el uso privativo de los Departamentos de Policía y de Salubridad y también para las Fuerzas Armadas en el exterior. En su lugar, sólo los más pudientes pudieron permitirse adquirir creaciones biomecánicas, debido a su alto precio, y la vida de la mayoría de la población cambió por completo, al carecer de la ayuda tecnológica que años atrás hacían más fácil las actividades cotidianas.

Comenzó una época de decadencia, sobre todo en las grandes ciudades, en la que una clase media que floreció durante 25 años, desde 1980, con la llamada "burbuja tecnológica" se vio cada vez más empobrecida. Así, para la mayoría de la población, volvieron usos y costumbres casi olvidados como los desplazamientos a pie, el correo postal, las cabinas telefónicas, la caldera de carbón y un largo etcétera.


Tras explorar sin éxito los vecinos Venus y Marte en busca de recursos minerales, un rayo de esperanza apareció, a finales de 2015, con el descubrimiento de grandes bloques de tantalio en los núcleos de los satélites Urano IV y V. Rápidamente, se organizaron numerosas expediciones a ese sistema con el objeto de localizar y explotar los yacimientos. El mayor filón se descubrió bajo el hombro de Oberón, sector que fue bautizado como Próspero. La existencia de agua en forma de hielo en el manto del satélite facilitó enormemente los asentamientos de colonos, que se ubicaron principalmente en el fondo del cañón Mommur Chasma, bien protegidos de su inestable atmósfera. En Titania también se construyeron colonias, favorecidas por la presencia de hielo de agua y por su atmósfera más tenue y soportable. Su gran cañón Messina Chasma permitió, en este caso, un acceso más fácil a las vetas.

Así pues, la mayoría de la clase media urbanita emigró a estos confines del sistema solar, lejos de la decadente Tierra. La despoblación de las ciudades dejó como consecuencia una gran cantidad de edificios deshabitados y también de vehículos y animales de compañía abandonados en las calles. Lugares odiosos, a los que no pienso volver nunca más.

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