Una vez conocí
a una mujer de 70 años, que había sido
atracada en la calle. Estaba paseando a su perro y dos delincuentes se le
acercaron con la intención de robarle. Con una barra de hierro, mataron al
animal antes de que pudiera saltar en defensa de su ama.
La anciana, nerviosa,
no pudo recordar ningún detalle del aspecto de los atracadores. Y, mientras le
tomaba declaración, estuvo contándome su
vida. Desde hacía 50 años, su marido la había estado tratando como una esclava, obligándola a atender sus mil exigencias y dedicándole sus millones de desprecios, día tras día. Eso sí, con derecho a sexo
gratis cada vez que a él le apetecía.
Unos meses atrás, la señora cayó enferma y estuvo ingresada
tres semanas en un hospital. Su
marido no fue a verla ni un solo
día. Me habló de ingratitud y
egoísmo, sobre todo cuando ése es el pago por toda
una vida de atenciones. Me habló de cómo ser capaz de vivir al lado de una
persona y detestarla al mismo tiempo. Me
habló de la vejez y de la decepción de no tener ningún motivo por el que sonreír. Me habló de los animales,
que nunca abandonan ni desprecian a quienes les
cuidan, y que no se merecen que se les abandone ni desprecie. Su perro
era el único ser vivo de su casa
que había salido siempre a la puerta a recibirla,
cada día. Su marido, durante los 50 años de matrimonio, sólo
había sido capaz de emitir un gruñido de indiferencia cuando la veía. Aquel día, su perro había
muerto y ella tenía que volver a su casa para tener la cena de su
marido preparada a tiempo.
Desde aquel
día, me pregunto el motivo por el cual una persona empieza a vivir con otra y
permanece a su lado. ¿Es siempre responsable de ello esa alteración química que
llamamos amor? Hay quienes conocen a alguien y se casan, sin plantearse ni el
cómo ni el porqué. Simplemente, siguen una inercia o se dejan llevar por el
instinto de conservación de la especie humana. Este fue mi caso, e intuyo que
también el de aquella mujer. El milagro de los neurotransmisores obra estas
cosas. El problema viene cuando esta química decae. Esto ocurre, según
aseguran los expertos y así confirma mi experiencia, a los 3 ó 4 años. Es
entonces cuando hay que buscar otros mecanismos que nos mantengan asociados a la
pareja respectiva: unos gustos en común, una grata convivencia, una necesidad
compartida o una ineludible dependencia (hijos, deudas...).
Pero en estos tiempos inhóspitos y desagradables, sobre todo para quien trabaja, como suele decirse, de sol a sol, qué dificil es tener una grata convivencia con alguien. Sales de casa antes que amanezca y regresas ya de noche, cansado y cabreado, después de una jornada de disgustos y tensiones. Es el momento en que necesitas una copa y no un sermón, o sentarte a ver la tele y no ponerte a fregar los platos. Quizá el trabajo debiera ser de otra manera, debiera reconfortar al trabajador y, por qué no, hacerlo feliz. Pero la revolución económica que tuvo lugar a principios de siglo ha hecho prosperar sólo a unos pocos los poderosos, mientras que el resto de la sociedad, la clase obrera, ha sido cada vez más oprimida. Y esto, inevitablemente, ha afectado a las relaciones entre las personas.
Pero en estos tiempos inhóspitos y desagradables, sobre todo para quien trabaja, como suele decirse, de sol a sol, qué dificil es tener una grata convivencia con alguien. Sales de casa antes que amanezca y regresas ya de noche, cansado y cabreado, después de una jornada de disgustos y tensiones. Es el momento en que necesitas una copa y no un sermón, o sentarte a ver la tele y no ponerte a fregar los platos. Quizá el trabajo debiera ser de otra manera, debiera reconfortar al trabajador y, por qué no, hacerlo feliz. Pero la revolución económica que tuvo lugar a principios de siglo ha hecho prosperar sólo a unos pocos los poderosos, mientras que el resto de la sociedad, la clase obrera, ha sido cada vez más oprimida. Y esto, inevitablemente, ha afectado a las relaciones entre las personas.
No entiendo lo que mantenía a la anciana junto a su despreciable marido, porque nada les unía. Quizá fuera la religión que profesaba, entre cuyos muchos preceptos estaba el de la indisolubilidad del matrimonio. Yo, en cambio, me divorcié.
Considero a los replicantes afortunados. Eran capaces de sentir el amor hacia otra persona
y su vida no era tan larga como para conocer el
desamor.
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