De esta manera, en vez de describir un lugar, aparecen detalles de cómo llegó y con quién se encontró en el camino. Pudiendo haber escrito su autobiografía, ha elaborado en cambio una relación de impresiones y sentimientos. El esperado relato de lo que sucedió es reemplazado por la descripción de su estado de ánimo y su actitud. Los textos están repletos de pruebas de que Roy, cada vez en mayor medida, también sentía, amaba y actuaba por instinto; características hasta hoy vetadas, al menos en teoría, a su especie. Desconozco el motivo por el que empezó a escribir cada vez en mayor medida sobre sus sentimientos y en proporción inversa apenas hacía mención a los hechos. Deduzco que le surgió la necesidad al darse cuenta de que aquéllos pasaban a tomar mayor relevancia en su vida.
A partir de los documentos que hoy obran en mi poder, he sido capaz de realizar un enlace coherente y trazar el mapa de aquello que fue Roy en su corta vida. Y me he dado cuenta de lo similar que ha sido a la mía. Los dos fuimos expertos asesinos, cada uno en su especialidad. Ambos desempeñamos nuestro papel con eficacia hasta que alguien nos hizo despertar a un nuevo mundo. Un mundo repleto de sentimientos, desconocidos hasta ese momento, como la esperanza, la inseguridad, la piedad, el remordimiento, la culpa, la vergüenza. Un cambio vital en el que la importancia de todo se ve alterada. Kowalsky fue el estímulo de Roy. Batty fue el mío.
Tras el cambio, tanto en su caso como en el mío, surge un tremendo desconcierto, del que sólo una luz indica la salida: el amor. El problema es siempre el mismo: nuestro tiempo se acaba.
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