En todo este lío en el que se metió Roy, hay algo que me desconcierta: cómo fue posible que seres creados genéticamente sin mecanismo emocional, hubieran comenzado a experimentar sentimientos.
En principio, los replicantes fueron diseñados por el ser humano para su provecho y beneficio. La idea surgió ante la necesidad de disponer de una gran cantidad de mano de obra que fuera barata de mantener. Allá por el año 2010, comenzó su producción en serie. Adquirir un obrero "sintético" era una inversión indudablemente rentable, a pesar de su alto coste de fabricación, pues no requería ningún salario ni suministro energético externo. Una batería orgánica autocargable era su única fuente de energía. Se crearon carentes de emociones y sentimientos, lo que se consideró una ventaja pues, al menos en teoría, les orientaba a ser obedientes y dóciles. Inhibida genéticamente la producción de ciertos neurotransmisores en su sistema nervioso central, no generaban deseos propios. Operaban según los objetivos definidos en su programación cerebral. Consecuentemente, no tenían apetito, aunque solían comer como los humanos. Dotarlos de aparato digestivo respondió a motivos estéticos únicamente, ya que parecía más conveniente que compartieran con sus compañeros de trabajo también los momentos de recreo.
Sin embargo, el grupo de Batty apareció con un significativo cambio de comportamiento, que los hicieron únicos en su especie. Comenzaron a experimentar emociones y a perseguir deseos. La pasión y la determinación de conseguir un fin propio fue a partir de entonces su motivación. Y, lo más sorprendente de todo, tenían sentimientos, como atracción física, amor, libertad, miedo y esperanza. Sin duda, sin saberse muy bien cómo, estos organismos artificiales comenzaron a sintetizar feniletilaminas, el neurotransmisor relacionado con el comportamiento y la motivación. Este hecho me plantea serias dudas sobre la efectividad de las medidas de seguridad que se utilizan en la biotecnología.
En realidad, también en el cuerpo humano, todo es química, incluidas esas reacciones de nuestro cerebro a los acontecimientos de la vida que llamamos sentimientos. Yo siempre creí ser una persona normal y corriente, quizá un poco frío y bastante calculador, pero en absoluto carente de cierta emotividad. Hoy me comparo con Roy, después de conocer lo que pensó y lo que sintió, y no pienso igual. Ahora sé que, en mi existencia, fui impasible a todo lo que me rodeaba, indiferente hacia los demás y completamente pasivo a todo lo que no estaba relacionado con mi trabajo. Actuaba maquinalmente, como recitando una lección aprendida de memoria. Confundía emotividad con eficacia. He sido insensible a todo, hasta que Roy apareció. A partir de ese momento, un cambio se obró también en mí y comencé a sentir. Como a Roy en Oberón. Y otra vez me invaden las dudas sobre quién soy en realidad. Me pregunto incluso si soy persona.
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