domingo, 15 de septiembre de 2013

Pero, ¿quién soy realmente?

Quizá para muchos se trate de una pregunta filosófica, o más bien relacionada con la religión. Pero en mi caso, responder a esta pregunta es una necesidad biológica: se trata de saber a qué especie pertenezco. 

Siempre creí ser miembro de la especie humana. Soy morfológicamente igual que el resto de hombres y mujeres que he conocido y me comporto igual que ellos. Por tanto, nunca me planteé otra cosa, salvo hoy. Hoy no estoy seguro del todo.

Hasta mi exilio, siempre he vivido en L.A. La mayoría de la gente que he conocido estaba relacionada con mi trabajo: ladrones, estafadores, drogadictos, prostitutas, delincuentes. Cada uno de ellos vivía a su manera y para su propio beneficio. El prójimo no le importaba en absoluto. A mis compañeros de trabajo los conocía menos. Yo siempre preferí trabajar solo. Era más eficaz si no tenía que dar explicaciones a nadie; únicamente a mi jefe, el capitán de mi unidad, a quien sí debía rendir cuentas. Pero nunca los vi muy diferentes a mí. En una gran ciudad como ésta, la mayor del cuadrante nordeste del planeta, donde se hablaban más de diez idiomas distintos, lo habitual es que cada cual fuera siempre a la suya, atendiendo únicamente con sus propios problemas.

Por lo que sabía entonces, los replicantes no eran, en su forma de ser, muy diferentes a los humanos que conocía. O más bien debería decirlo al revés. La convivencia entre los humanos se había "replicantizado". Pruebas de ello eran la nula relación con los demás, la ausencia de ideales en que creer, la falta de esperanza donde apoyarse y su excesivo grado de conformismo. La gente se había vuelto insensible y solitaria, carente de todo atisbo de amor al prójimo, compasión y humanidad. A pesar de ello, aquel mundo en el que me movía me parecía normal. Pero ahora comprendo cuánto se estaba perdiendo.

En un ambiente como aquél, era difícil distinguir un replicante de un ser humano, pues, tanto en su apariencia exterior como también en su comportamiento, eran similares entre sí. Dos doctores en psicología llamados Voight y Kampff se hicieron famosos por sus estudios en este campo. Juntos desarrollaron un test que trataba de percibir la empatía que mostraba un individuo cuando se le forzaba con determinados estímulos. Porque, aunque el ser humano se había deshumanizado en su relación con los demás, en un segundo plano seguía funcionando su capacidad de percepción de los sentimientos de otros. Así pues, formulando cierto número de preguntas especialmente elegidas, se intentaba provocar en un humano una respuesta emocional, presuponiendo que era imposible obtenerla de un replicante.



Extraños tiempos viví, en los que todo se confunde, inclusive la humanidad. Yo nunca hice el test. Por eso, permanecen en mi alma las dudas sobre quién soy en realidad. Y el hecho de que hoy sea capaz de amar y de desear y de emocionarme no demuestra nada. Porque incluso Roy tuvo esos sentimientos. Yo lo vi y así se deduce de sus escritos. Hoy me pregunto si Roy habría pasado el test con éxito. Probablemente, sí.


A veces pienso que mis dudas son absurdas, que siempre fui un humano, sólo que lo olvidé. Pero en muchas ocasiones estoy seguro de no pertenecer a la especie humana, y tengo miedo de pensar que mañana puedo dejar de existir.

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