Es curiosa la especie humana. ¡Cómo infravaloramos los riesgos cuando hacemos planes de futuro! Mucha gente se ha quedado sin trabajo cuando, al conseguir un empleo y mantenerlo durante mucho tiempo, no se ha preparado suficientemente para la eventualidad de ser despedido. Otros se ha arruinado cuando, habiendo invertido todo su dinero, no han previsto la posibilidad de que la inversión no fuera tan rentable como esperaban. Y cuántos se han quedado solos cuando, al enamorarse de alguien, no han hecho suficiente para conocer a esa persona y evitar perderla.
No es preciso ser receloso ante cualquier iniciativa que se nos presenta. Pero tampoco un temerario. Sin embargo, en determinadas situaciones de la vida, hacemos un salto al vacío, bien sea por intuición, por confianza, o por pereza. Y en el caso del amor, es cuando damos la nota.
Yo también conocí a alguien. Nos enamoramos. Queríamos estar juntos y nos casamos en una pequeña misión española de California. Proyectamos una vida en común, en una casita junto al mar en Santa Mónica (con mi sueldo nos la podíamos permitir). Una vida juntos para siempre. Así lo creímos entonces. Pero nada es para siempre.
Yo siempre había sido muy calculador. En mis planes siempre había observado los riesgos y previsto las dificultades. Nunca había invertido un dinero que no tenía. He recibido formación continuamente para ser capaz de progresar en mi empleo. Pero en el amor, me desentendí de toda precaución. Y fracasé. El único vestigio que queda de aquella relación es el tatuaje que me hice al día siguiente de la boda: una cruz, igual que la del mosaico de piedra que había en el suelo de la misión donde me casé. Nada más conservo: ni desazón, ni arrepentimiento, ni apenas recuerdos.
Batty se enamoró y pensó igual que otros muchos en su situación: "Quiero estar contigo hasta el final". Como si fuera un miembro más de la especie humana.
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