Tras la batalla de Urano-V, Roy les contó su plan de volver a la Tierra. Estuvieron de acuerdo en acompañarlo. Para los tres, era imperiosa la necesidad de tener más tiempo, más esperanza, más vida. Buscarían juntos al Hacedor.
Con gran esfuerzo, repararon una de las naves saboteadas. No pudieron restaurar su funcionalidad completa, pero al menos consiguieron ponerla en vuelo. Gracias a sus claves militares aún vigentes, y antes de que las noticias del fracaso de la misión pudieran llegar a la base, emprendieron el viaje hacia la órbita de Urano, donde atravesaron la puerta, camino de la Tierra.
Durante las 18 horas que duró el viaje, Roy estuvo muy cerca de Zhora y León. Se fijó detenidamente en ellos, en las atenciones que se prestaban, en la ilusión que vio en sus caras, en su cuchicheo sobre planes de futuro. Fue testigo de la prueba viviente de que dos replicantes se pueden enamorar. No sólo era atracción y deseo. Era algo más. Se preguntó si lo que veía era aquello que los humanos llamaban amor.
¿Sentiría Roy lo mismo por Pris? Es lo más probable, según se desprende de sus notas. Lo cierto es que, durante el vuelo, estuvo mucho tiempo averiguando cómo comunicarse con ella. Tras consultar los registros de entrada y salida de varias bases militares, la ubicó en la base marciana de Deimos. Una vez en la órbita terrestre, no pudo esperar más y, aun a riesgo de ser localizado, se puso en contacto con ella. Puedo imaginar el diálogo entre ambos, transmitiéndole todo su cariño en un tono de aparente frialdad:
– Hola, Pris. Soy Roy. Regreso de Urano. Necesito verte. Te necesito.
– Yo también te necesito. Pero no nos queda tiempo. Roy, ¡se acerca el final!
– Lo sé. Tengo un plan. Hay esperanza para nosotros. Podremos tener un futuro. Reúnete conmigo en L.A.
– Estoy en Marte. Pero puedo coger el próximo transporte.
– De acuerdo. Te veré en la Tierra.
– De acuerdo. Te veré en la Tierra.
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