lunes, 22 de julio de 2013

Contradicciones

Antes de dejar L.A., volví a casa de Roy Batty. Había una cosa que debía hacer.

Después de su fracaso ante el Hacedor, y al no concebir más esperanza para sí mismo, quiso dejar un mensaje al mundo. Él me eligió entonces como su mensajero, precisamente por ser yo quien debía ser su verdugo, y por tanto iba a ser testigo de sus últimos minutos. Yo debía ser el ejecutor de su retiro, que presumí desde un principio más complicado que de costumbre, pero del que nunca esperé un desenlace tan intenso. Él tuvo en sus manos mi vida, pero me dejó vivir.

Fui testigo de su metamorfosis, de su sacrificio final. Así que corrí de vuelta a su piso sin dilación. Necesitaba encontrar pruebas que me ayudaran entender porqué las cosas se desarrollaron de esta manera. Necesitaba comprender el motivo de que alguien como él, en el último suspiro, decidiera hacer el bien. Necesitaba conocer los mecanismos que le han llevado, al final, a querer dejar una pequeña huella de humanidad.

Humanidad, un concepto que debería ser intrínseco a la especie humana, pero que es cada vez menos frecuente; y una palabra que hasta hoy no podía aplicarse a los nexus 6, y de la que Roy decide dar una muestra. ¡Qué gran contradicción! Así pues, era preciso para mí entenderlo y conocer cómo se ha podido obrar el prodigio.

En el ruinoso piso de Roy no encontré ordenadores ni memorias digitales ni demás soportes en los que, gracias a la tecnología, pueden almacenarse cantidades ingentes de información. Curioso cuanto menos que un ser como él, que representa la última generación de la biomecánica, no haya sacado provecho de estos avances tecnológicos. En cambio, esparcidos por toda la estancia, habían grandes cantidades de fotos, revistas, libros y cuadernos. Decenas y decenas de cuadernos con textos manuscritos, cuya letra, minuciosa y limpia, relatan anécdotas, hechos, historias y experiencias de una vida corta y atormentada. ¿Sus memorias?

Con todo ese material, huí lejos. Y, ahora, por fin, soy capaz de compartirlo. Espero encontrar en él las claves de lo que soy y de lo que puedo llegar a ser.

jueves, 18 de julio de 2013

Algo que me ayude a recordarte

Mucha gente guarda cosas. En algunos casos, son colecciones de objetos similares o piezas de la misma familia. En otros, simplemente se trata de útiles sin relación aparente, a los que se asocia algún hecho o acontecimiento que merece ser recordado. Conocí a alguien cuyo mayor tesoro era su colección de botellas de vino, ordenadas en estantes y cubiertas con una capa de polvo de espesor proporcional a su antigüedad. Otro coleccionaba juguetes de diversas épocas, todos ellos conservados en su embalaje original. Un compañero me contó que su colección de sombreros reunía los estilos y modas imperantes a lo largo de los últimos diez siglos. En mis correrías por la ciudad, coincidí muchas veces con una barrendera que recogía todos los chupetes que encontraba en las calles; tenía más de cuarenta. Alguien con gran influencia en mi vida pasada, hábil con la papiroflexia, tenía guardados cientos de origamis con forma de animales. Durante la misma época, descubrí mi obsesión y la de otros muchos de coleccionar fotografías.

Todos esos objetos no tienen utilidad práctica. Aquel vino no era para beber, ni aquel juguete debía ser jamás sacado de su caja. Más bien, cada pieza que se incorpora a una colección es una nueva posesión que permiten saciar la necesidad psíquica de vínculo o atadura a una determinada realidad. Cada una es un ancla a algo que hemos dejado atrás; una evidencia de la existencia de una experiencia o sentimiento pasado; una certidumbre de que, aquello que recordamos, pasó en realidad.

Los objetos que colecciono me permiten responder a una pregunta que me desespera: ¿He vivido lo que recuerdo? Y a otra aún más inquietante si cabe: ¿Cuánto he vivido y no recuerdo?

Recuerdo a mi madre enseñándome. ¿Estuvo realmente mi madre presente en mi vida? No recuerdo a mi padre abrazándome. ¿Tuve un padre que nunca me dio un beso? Definitivamente, si guardo una prueba de que algo existió, podré recordarla siempre y nunca dudaré de su existencia y sabré que esos recuerdos no fueron ilusiones.

La memoria, por sí misma, es selectiva. Esto significa que vamos construyendo un pasado basado en lo que recordamos. Y esta selección se realiza normalmente eliminando lo duro y desagradable y reforzando lo dulce y agradable. Es curioso como cualquiera puede relatar diez momentos agradables de su vida sin apenas esfuerzo, pero, en cambio, le es muy difícil seleccionar diez recuerdos malos o desagradables. 

La memoria, además, puede ser seleccionada. Los avances tecnológicos ya permiten eliminar ciertos recuerdos y añadir otros correspondientes a una realidad que nunca existió. Podemos haber vivido y haberlo olvidado; y también podemos creer que hemos vivido y no haber sido así.

Debo dudar de mis recuerdos como imágenes de algo vivido. Por eso, colecciono fotos y otros objetos. Algo que me ayude a recordar lo que pasó, a recordar que estoy contigo, a recordarte.


jueves, 11 de julio de 2013

Voy a hablar de mi madre... y de mi padre

Tengo dos años y ella me coge en sus brazos. Un hombre se acerca con un muñeco mecánico y lo levanta para que yo lo pueda ver. De repente, se le ilumina la nariz y yo me asusto mucho. Ella se ríe e intenta calmarme, pero yo no puedo dejar de llorar.


Este es el primer recuerdo que tengo de mi madre. Si hago un esfuerzo, puedo recordar algunas escenas más agradables: enseñándome a jugar al ajedrez, tocando conmigo el piano a cuatro manos, cosiendo junto a una ventana, hablando sola mientras hace una tarta en la cocina, secándome con una toalla después del baño. Poco más de ella queda en mi memoria. No puedo recordar nada sobre su vejez, ni de su muerte. No sé cuándo fue la última vez que la vi. Y los recuerdos que me quedan huyen de mí veloces como sueños entre las estrellas, se difuminan en mi mente como jirones de niebla empujados por el viento sobre el valle del olvido.

Sin embargo, todavía guardo algunas fotos de ella para no olvidar su rostro, como era en un momento indeterminado de su vida. En todas ellas, parece mirarme con cierta melancolía. Muchas veces, cada vez más a menudo, la imagino junto a mí. Siento su mano cada vez que la brisa desordena mis cabellos, creo oírla si alguien canta una nana, me llega su aroma cuando como galletas de mantequilla.

No guardo recuerdos de mi padre, salvo dos o tres en los que me riñe o me golpea por haber hecho algo incorrecto. Imagino que no estuvo mucho con nosotros y, las pocas veces que aparecía, quería enseñarme de la única forma que sabía.

Quizá no sean recuerdos especialmente felices. Pero los conservo como la prueba de que no soy como Roy. ¡Puedo recordar a mis padres y puedo hablar de ellos! Algo que ni Roy ni sus amigos podían hacer. Aunque a veces la duda me consume, pensando que esas imágenes pueden haber sido implantadas en mi mente y corresponden a la vida de otro. Entonces me invade la ira. Hasta que puedo volver a controlarme.

lunes, 8 de julio de 2013

Lo que importa y lo que no

Diréis que Roy Batty se ha convertido en una obsesión para mí. Quizá sea cierto. De lo que sí estoy seguro es de que los pocos minutos que estuve junto a él me marcaron más que cualquier otra cosa en mi vida.

Es curioso cómo hay uno o, como mucho, dos momentos en nuestro devenir, en los que algo mágico ocurre. Uno puede estar ocupado en sus propios asuntos y, de repente, uno de los millones de seres que se encuentran en el mundo y de los que no conoces nada de nada, ni siquiera su existencia, se cruza en el camino y se produce el cambio. Es en ese instante cuando la mente se reordena, lo que hasta ese momento era importante deja de serlo y lo que fue irrelevante cobra un nuevo significado. Si esto te pasa alguna vez, el ser que ha sido capaz de obrar así en ti se convierte en tu referente y nunca más lo olvidas. No importa durante cuánto tiempo, aunque haya sido sólo un instante, queda presente en tu memoria. Suele ocurrir que tal persona no es nadie especial, simplemente cualquiera con sus propios problemas e imperfecciones. Pero ha tenido el enorme mérito de saber cómo activar en otro el mecanismo interno de sus emociones.

En mi caso, fue Roy quien lo consiguió. Él nunca fue un héroe, ni mucho menos un modelo de virtudes. En realidad fue una persona mezquina y cruel. Un ser despreciable, un criminal y un asesino. Pero me hizo ver cómo había sido mi vida hasta ese momento, cuán parecido a él había llegado a ser yo, y me regaló una nueva vida.

He sido uno de los mejores desempeñando mi oficio, reconocido por jefes y compañeros. He sido respetado por ello. He disfrutado de un salario holgado. He vivido con comodidad. He hecho siempre lo que he querido. Pero hoy tengo la certeza de que hasta ahora mi vida estuvo vacía. De ella no obtuve nada útil. No sé hacer otra cosa que mi horrible trabajo. No conocí más que a personas mediocres y marginadas. Viví en una ciudad oscura y traidora. Tuve un apartamento sucio y lúgubre. Coleccioné objetos inútiles y de propietario desconocido. Nunca fui feliz, ni siquiera me planteé serlo.

Pero Roy me regaló esta oportunidad y la pienso aprovechar, disfrutando de esos pequeños detalles de la vida que hoy son realmente importantes para mí. Ahora miro a la cara de la gente, pienso en lo que necesitan los que están a mi alrededor antes de que me lo pidan, escucho todo lo que los demás tienen que decir, busco la belleza en todos los seres y en todas las cosas. Sé que soy capaz de hacer estas y otras cosas que nunca hice. Y, sobre todo, de ofrecer, de dar y de amar. Ahora soy feliz cuando hago felices a los que me rodean. Ya no me importa otra cosa.


jueves, 4 de julio de 2013

Lo que nos han enseñado y lo que hemos aprendido

Seguro que Roy se pregunta en estos últimos momentos de su existencia, qué es lo que ha determinado su forma de ser: cómo siente y cómo actúa. No le va a ser fácil encontrar una respuesta. Sobre todo porque, a lo largo de sus cuatro años de vida, Roy ha cambiado. No siempre ha sentido las cosas de la misma manera, ni ha reaccionado igual ante las mismas situaciones. En definitiva, no siempre ha sido el Roy que es ahora.

Para la mayoría de los que han pasado su infancia en el hogar familiar, es habitual que los padres sean la primera influencia. Normalmente, la madre determina el desarrollo emotivo y la sensibilidad de sus hijos, mientras que el padre influye más en sus reacciones ante los sucesos de la vida. La mayoría de las costumbres que tenemos, sobre todo aquéllas que irritan a nuestros convivientes, las solemos heredar de nuestro padre. Por otro lado, la manera en la que tratamos a los demás es un reflejo de lo que hemos visto en nuestra madre. Pero Roy Batty no puede hablar de su madre, ni de su padre, porque
no los recuerda. Entonces, ¿quién le ha enseñado lo que sabe? Y, sobre todo, ¿cómo se ha forjado su forma de ser?

Hay quien cree que antes de nacer sabemos todo lo necesario para desenvolvernos en la vida, y que durante nuestra vida nos dedicamos a recordarlo, proceso que llamamos "aprendizaje". Como pruebas de ello, se aduce el hecho de que un recién nacido sabe desde el momento mismo del nacimiento cómo succionar la leche del seno materno o como usar la mano para asir objetos. Precisamente así ha sido en el caso de Roy. En su diseño, su "padre" le implantó los conocimientos necesarios para el trabajo que tenía que realizar y en su proceso de síntesis o construcción se activó el recuerdo de los mismos para que los tuviera disponibles inmediatamente. De esta manera, a las pocas horas de su activación, ya estaba desempeñando su labor de soldado de combate. Y desde entonces ha dedicado eficazmente toda su vida a la violencia, la muerte y el terror.

Pero Roy también tuvo una "madre" en el momento de su diseño, alguien que decidió añadir recuerdos de vivencias y sentimientos a sus implantes cerebrales. No está claro el objeto de esto, pero sus consecuencias fueron sorprendentes. Roy sabe también lo que es besar a alguien, necesitar a alguien y echar de menos a alguien desde el primer momento en que estuvo operativo. Es consciente de tener sentimientos como estos y otros más, e incluso ha llegado a sentir algo parecido al amor cuando conoció a Pris. Todo esto lo ha llevado a desertar, a coleccionar fotos de vivencias, unas imaginarias y otras reales, y sobre todo a buscar otra oportunidad, en forma de una nueva vida.

Ahora que ha aprendido, precisamente cuando se ha dado cuenta que lo que le enseñaron no le sirve, inicia la búsqueda. Pero el tiempo se le acaba.

lunes, 1 de julio de 2013

Como a Roy Batty

El tiempo de Roy Batty es limitado. Mucho más corto que para la mayoría. Roy Batty ha vivido intensamente, quizá el tiempo exacto que le correspondía vivir, pero para él no es suficiente. Así que, consciente de que se acerca el final, busca a su creador y, cuando lo encuentra, sólo le pide una cosa: quiere vivir más. El Hacedor, en apariencia todopoderoso, pues puede crear vida, no le concede a su hijo lo único que le pide, al parecer existen leyes físicas que se lo impiden. Y Roy Batty se queda sin tiempo.

¿Para qué quiere Roy más tiempo? Sabe que ha sido uno de los más capaces, inteligentes y fuertes de su especie, si no el que más. Pero esto no ha sido suficiente. Le ha faltado algo. ¿Es consciente por fin de que ha vivido sin emoción, sin pasión? Roy, como muchos más, no fue concebido como un ser con capacidad para sentir y expresar sentimientos. Ha sido muy eficaz en su trabajo y en su vida, pero no ha "sentido" las cosas que ha hecho. Y ahora, cuando llega al final de su vida, y contrariamente a las intenciones de su creador y educador, ha desarrollado ciertos estímulos, amor, odio, miedo, añoranza, arrepentimiento. Estos sentimientos le sorprenden y le hacen desear prolongar su vida para continuar sintiendo.

Seguramente se pregunta por qué, precisamente en ese momento, cuando va a morir, encuentra esto que lo cambia todo, que hace que lo vivido no haya merecido la pena, precisamente por lo que no ha podido sentir mientras lo vivía. "He visto cosas que vosotros no creeríais", nos dice. Momentos únicos y especiales que al ocurrir así, sin pena ni gloria, sin haberlos sentido, no permanecen e irremediablemente se pierden "en el tiempo como lágrimas en la lluvia". Y en ese preciso instante, cuando tiene en sus manos la vida o la muerte de otro, decide dejarlo vivir, para que pueda sentir el tiempo que le queda, para que ame, para que sus momentos puedan sobrevivirle y puedan perdurar más allá de su muerte.

Este blog nace hoy al comenzar la segunda parte de mi vida, con una intención: ser consciente de todos y cada uno de los momentos que me quedan por vivir, para que sean únicos y especiales, para que no se pierdan en el tiempo como las cosas que vio Roy.